«Don Giovanni» regresa al Teatro Solís con dirección escénica de Álvaro Brechner
Don Giovanni regresa al Solís de Montevideo este 19 y 21 de agosto con una producción que marca el debut operístico del cineasta uruguayo Álvaro Brechner en la puesta en escena.
La ópera de todas las óperas. Luego del éxito de Madama Butterly, la temporada lírica continúa con el renombrado drama Don Giovanni, de Wolfgang A. Mozart, que vuelve al escenario principal del Teatro Solís en una nueva producción de la Intendencia de Montevideo.
La historia basada en Don Juan Tenorio, de Tirso de Molina, pone en escena a un libertino dedicado a la seducción, donde la muerte y la venganza serán protagonistas. La trama de Don Giovanni aborda fuertes realidades que aún siguen vigentes y que invitan a la reflexión.
La Orquesta Filarmónica de Montevideo bajo la dirección musical de Martín García y el debut operístico del cineasta uruguayo Álvaro Brechner en la puesta en escena.
El elenco lo encabezan Alfonso Mujica, Hernán Iturralde, Verónica Cangemi, Sandra Silvera, Leonardo Ferrando, Sofía Mara, Sebàstian Klastornick y Christian Peregrino.
Mozart y Don Giovanni: un genio y un antihéroe, por Marita Fornaro Bordolli
Encarnación perfecta de la teoría del genio, la cual parte de la idea de que ciertos seres humanos están tocados por un talento extremo, explicado por decisión divina o por resultados genéticos, Wolfgang Amadeo Mozart (Salzburgo, 1756 – Viena, 1791) representa a ese genio pero desenfadado, a la vez que comprometido con la sociedad de su época. Recibe a los cuatro años sus primeras lecciones de música de parte de su padre; comienza a componer a los cinco; es exhibido con su hermana Nannerl en las cortes europeas desde los seis; compone su Primera Sinfonía a los ocho. Maravillas de una vida tan corta para los parámetros actuales, en la que la leyenda – sobre todo respecto a su muerte – se mezcla con los abundantísimos documentos disponibles, como su propio epistolario y las misivas familiares, las cartas oficiales, las descripciones de naturalistas y críticos asombrados. El talento excepcional y las ambiciones de un padre que lo pasea por Europa en una mezcla de explotación y adoración (dejada de lado la infeliz hermana, apartada de los escenarios para cumplir su destino de mujer del siglo XVIII) son parte de esa vida que le lleva a la gloria, a la enfermedad y al descontento social al mismo tiempo. Mozart vive la tumultuosa época inmediatamente anterior a la Revolución Francesa, en un mundo de cierta manera feudal en el que un artista dependía de mecenas según reglas estrictas, donde triunfa la Ilustración y también tiene lugar la afirmación de la masonería como sociedad esotérica basada en la búsqueda del bien y la sabiduría, integrada por destacadísimos intelectuales, políticos, artistas.
Es común que se afirme que con Mozart la música evoluciona, mientras que Beethoven la revoluciona. Sin embargo, Mozart cambia profundamente la música de su época: trabaja con tal profundidad la forma de concierto con solista a partir del formato barroco que establece los patrones del género por dos siglos; aporta de manera fundamental a la modificación de la tímbrica de la orquesta clásica; crea con fluidez en los diferentes estilos de teatro musical desde el singspiel a este drama giocoso. Su escritura logra una transparencia y un equilibrio que resumen el estilo clásico. Considerado un compositor supranacional, sintetiza rasgos germanos, italianos y franceses e influye en las músicas características de esos países. En suma, Mozart lleva varios aspectos de la creación musical a los límites de su tiempo, y su originalidad consiste en proponer soluciones nuevas sin transgredir las bases del lenguaje heredado. Un hombre que se hizo cargo de su talento y trabajó sobre él hasta el momento mismo de su muerte.
Abordar Don Giovanni en la actualidad vuelve imperativo considerar el tema de Don Juan desde perspectivas contemporáneas. Mozart toma como centro de esta ópera un arquetipo social que es clasificado, dentro de la mitografía, como mito literario. A partir varios personajes, algunos identificados por la historia y la crítica, nace en España la figura de Don Juan Tenorio, reflejo de una sociedad de morales múltiples, de paradigmas enfrentados: el aplauso al “conquistador” que domina sea por los encantos, sea por la violencia, choca con la exaltación de la virtud exigida a la mujer, y a la exclusión de ésta cuando sufre o acepta ser transformada en objeto de esa posesión. Sin embargo, el mito es también moralizante: la estatua que cobra vida es la encargada de vengar al que no cumple con la moral cristiana. Aquí juega el recurso de otro mito, el de la estatua viviente, que no en todas las versiones adquiere la función de venganza. En efecto, se remonta al mito griego de Pigmalión, en el que la estatua cobra vida por amor del escultor. En todo caso, son siempre sentimientos – amor, venganza – los que transforman la piedra en carne viva.
Ahora bien, nada es simple en el producto de Da Ponte y Mozart: por un lado, la obra no es “sólo” una ópera bufa, pues aporta drama junto a la hilaridad, y el mundo sobrenatural pesa mucho en la trama. Los analistas han interpretado las capas de crítica a la aristocracia que suponen varios aspectos de la obra: Don Juan representaría la falta de moral y la resistencia a la responsabilidad de la aristocracia del siglo XVIII. Por otra parte, la burguesía y las clases populares tienen un notorio protagonismo en la trama.
Las soluciones literarias y musicales de Don Giovanni proporcionan profundidad psicológica al personaje de Don Juan. Así, Leporello, su criado, es imprescindible para la presentación de este antihéroe en su intimidad, y el resto de los personajes, amándolo y odiándolo, agregan complejidad a esa presentación. A su vez, Leporello proporciona un balance, desde su racionalidad y sus miedos, a la locura erótica del protagonista
Luego de la obertura que resume la obra, Mozart desafía convenciones al iniciarla con una escena protagonizada por Leporello, personaje secundario y ajeno a la aristocracia, quien ya se presenta como desdichado y dependiente en su condición de sirviente de Don Giovanni. Mozart y Da Ponte no eligen al azar a España como escenario: más allá del origen literario del asunto – que luego se extiende a Italia y Francia – España es, para el resto de Europa, un lugar que vive una época previa al Iluminismo, donde el catolicismo tiene especial fuerza. La Estatua sirve de manera ideal al complejo mundo metafórico y alegórico de Mozart: es la moral, es el deber ser, es la oportunidad de la redención a la que la soberbia aristocrática de Giovanni se niega. Y personifica la venganza terrenal y el castigo eterno.
En la tradición clásica la ópera desarrolla dos vertientes: el dramma, de asunto heroico o grandioso, y el estilo giocoso, con contenido humorístico. Don Giovanni es un dramma giocoso: Da Ponte había concebido un libreto humorístico, una especie de sátira de la aristocracia; Mozart aporta profundidad a los personajes e intensidad a la trama. La música sirve magistralmente a dicha trama: desde los registros asignados a los personajes, convencionalmente atribuidos según caracteres y también en este caso repartidos entre las clases sociales representadas, a los géneros y recursos empleados. Así, se despliegan magníficas arias – algunas con forma ternaria -, recitativo secco (voz y bajo continuo como apoyo) y recitativo acompagnato, en el que la orquesta asume un papel dramático. La música popular proporciona contexto en la escena de la fiesta ofrecida por Don Giovanni, y contribuirá al contraste con el desenlace trágico, y tampoco faltan las citas a compositores académicos y a Las bodas de Fígaro del propio Mozart. El compositor juega con la complejidad, como en el caso de la sincronización de los grupos que tocan diferentes danzas en el final del Acto I, o en las líneas melódicas que se entrecruzan en los momentos grupales. Los toques tímbricos enriquecen y acompañan a personajes y sucesos; por ejemplo, el uso de los trombones cuando la estatua habla por primera vez. El encuentro de artes es conducido por el compositor con su joven genialidad, una lucha entre eros y thanatos que llevó a Kirkegaard, en su célebre ensayo sobre esta “ópera de todas las óperas”, a considerar a Don Giovanni como el arquetipo de la parte sombría de sí mismo, y por extensión, de la humanidad.