Teatro del Libertador General San Martín de Córdoba, la resurrección del tiempo
Luego de un ambicioso y extenso proyecto de puesta en valor y actualización tecnológica que comenzó en 2017, el Teatro del Libertador General San Martín de Córdoba renació con todo su esplendor para el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española en 2019. El coliseo cordobés, inaugurado en 1891 y actualmente dirigido por el colombiano Hadrian Ávila Arzuza, hoy destaca por ser un espacio donde conviven la estética tradicional del teatro con las tecnologías más modernas. En esta entrega de nuestra sección Teatro del Mes indagamos en la historia, la arquitectura y la proyección artística del Teatro del Libertador, una joya del patrimonio cultural latinoamericano.
por Álvaro Molina R.
En noviembre de 2017, la tarea parecía titánica. El Teatro del Libertador General San Martín, en Córdoba, Argentina, entraría en un largo proceso de restauración, puesta en valor y actualización tecnológica para recuperar su antiguo esplendor, consolidado en más de 130 años de historia. La obra de remodelación estuvo a cargo de la gobernación de Córdoba, dirigida por Juan Schiaretti, y la arquitecta Gabriela Casanovas, además de una convocatoria de más de 300 profesionales que venían de diferentes disciplinas como la arquitectura, la historiografía y las artes.
El proyecto de 450 millones de pesos argentinos no era sencillo; además de mantener minuciosamente el aspecto original del teatro, también se debía remodelar la fachada, modernizar la seguridad y las instalaciones eléctricas, ampliar la capacidad del escenario y restaurar las pinturas, los telones, cielorrasos artísticos, esculturas y las 1.200 butacas de bronce disponibles para el público. Toda esta obra, a contrarreloj; la renovación del Teatro del Libertador debía estar lista para el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), realizado en marzo de 2019.
Luego de poco más de 15 meses de intensos trabajos, el 27 de marzo de 2019 el Teatro del Libertador renació como sede para el CILE. «El Teatro Libertador General San Martín, la joya que Córdoba recuperó para el Congreso Internacional de la Lengua», tituló el periódico Clarín unos días antes del inicio del congreso. «El Teatro del Libertador vuelve a brillar como en 1891» señaló, por su parte, el medio Comercio y Justicia, haciendo referencia al año de inauguración del teatro. «El Teatro del Libertador San Martín reabrió en todo su esplendor» consideró el medio cordobés El Acontecer.
Tras esta puesta en valor y actualización tecnológica, hoy el teatro es dirigido por el colombiano Hadrian Ávila Arzuza, director musical de la Orquesta Sinfónica de Córdoba por 16 años, quien poco después de asumir su gestión, explicó que el teatro «sería un laboratorio para pensar nuevas experiencias», con el regreso de la ópera a través de producciones propias, entre otros objetivos y retos para el futuro «del Libertador», declarado como monumento histórico nacional en 1991.
En esta nueva entrega de nuestra sección Teatro del Mes, repasamos la historia, arquitectura y valor histórico y patrimonial del Teatro del Libertador, la joya que recuperó Córdoba.
Un nuevo teatro para Córdoba
El Teatro del Libertador General San Martín se ubica en pleno centro de Córdoba, en el número 365 de la Avenida Vélez Sarsfield o «Calle Ancha» y a cuadras de la plaza San Martín. Es parte de una lista de edificios que conforman un circuito patrimonial de la ciudad, entre los que se encuentran otros monumentos históricos nacionales como la Catedral de la Ciudad de Córdoba, el Banco de la Provincia y la Legislatura Provincial.
Actualmente, el teatro alberga los cuerpos estables de música, canto y danza de la provincia, los que regularmente se presentan en conciertos, recitales y espectáculos abiertos a todo público. Las temporadas de música de cámara, música sinfónica, ópera y ballet convierten a la ciudad en un importante polo cultural y artístico tanto al nivel de la provincia de Córdoba como a nivel nacional.
Esta activa vida cultural tuvo sus inicios a mediados del siglo XIX, cuando una gran corriente migratoria trajo consigo la influencia de espectáculos como la ópera y la zarzuela, con producciones traídas desde Europa para su representación. Antes del Teatro del Libertador, ya existían otros teatros en Córdoba, como los teatros Progreso y Edén (construidos en 1887) y el Teatro Argentino (construido en 1889).
Hacia fines de la década de 1880, los planes para entregarle a la ciudad un teatro de mayor envergadura comenzaron a hacerse realidad. La sociedad cordobesa ansiaba un nuevo espacio que siguiera la filosofía de la arquitectura ligada al liberalismo de influencias europeas, formas clásicas y mayor comodidad para innovar las modestas construcciones coloniales y criollas.
El ministro de gobierno Ramón J. Cárcano en ese entonces era un cercano consejero de Ambrosio Olmos, gobernador de la provincia de Córdoba. Cárcano insistió que la ciudad necesitaba de un nuevo coliseo para ampliar su oferta cultural. En 1887 comenzaron las obras del Teatro Nuevo (nombre con el que inicialmente se conoció al proyecto), el que sería uno de los más grandes proyectos culturales de Argentina en ese momento.
Al llamado del diseño de los planos arquitectónicos acudió el italiano Francesco Tamburini, quien ya era un rostro conocido por esos lados; participó de la ampliación de la Casa Rosada y en la construcción del Teatro Colón en la capital argentina, además del diseño de otros proyectos emblemáticos como el Banco de la Provincia de Córdoba y el Hospital de Clínicas.
Los planos de Tamburini tomaron como referencia los coliseos europeos, específicamente aquellos en el estilo del Manierismo Palladiano inculcado desde el Renacimiento italiano por el arquitecto Andrea Palladio. Además de esa línea estética, el recinto para los espectadores se dividiría en: platea, palco bajo, palco alto, cazuela, tertulia y paraíso.
Entre las personas que participaron en la construcción del teatro se encuentran el arquitecto José Franceschi, encargado de dirigir las obras que fueron emplazadas en un terreno fiscal contiguo a la calle Representantes (hoy Avenida Vélez Sarsfield), cerca de uno de los cuarteles y de la cárcel de la ciudad. Antonio Subirá, por su parte, tenía estrechos vínculos con los más altos comerciantes de Córdoba, por lo que además de construir el piso de la platea y distribuir las decoraciones, se encargó de gestionar la importación del decorado para las óperas Mefistófeles, Aída y La africana.
Los suntuosos muebles europeos que adornan el teatro fueron importados gracias a Arturo Piccinini, quien además proveyó la tapicería. El artista Arturo Nembrini Gonzaga se encargó de esculpir las estatuas y el alto relieve sobre la galería alta de la fachada del teatro; decorar -en un estilo pompeyano- la bóveda central, la galería en el paraíso y las puertas de los palcos; y adornar el cielorraso y las paredes del vestíbulo exterior del piso bajo.
Según fuentes recogidas por el historiador argentino Efraín Bischoff, hacia 1890 Nembrini Gonzaga seguía pintando querubines, mujeres recubiertas con tules ligeros y franjas con flores exóticas. El artista estaba decorando un teatro que aún no podría abrir sus puertas porque todavía estaba a la espera de una iniciativa empresarial dispuesta a traer un elenco de prestigio para inaugurar el teatro. El telón, sin embargo, no tardaría mucho tiempo más en alzarse sobre el escenario.
Un vaivén de nombres
La primera noche que el teatro recibió al público ocurrió un 26 de abril de 1891. La función inaugural fue una recepción de beneficencia organizada por la gobernación de la provincia, la que luego dio paso a otras actividades como conmemoraciones patrias, festejos para escolares y espectáculos para la comunidad.
El turno de la lírica llegó en julio de ese mismo año, con la representación de las zarzuelas cómicas Los diamantes de la corona y El chaleco blanco. En las crónicas de Efraín Bischoff sobre la historia del teatro en Córdoba, la función de estas zarzuelas había comenzado más tarde de lo que se tenía previsto. Las boleterías estaban sobrepasadas y los acomodadores ubicaban mal a los dueños de palcos ya ocupados por otros espectadores. Otros testimonios reunidos por Bischoff aseguran que a este revuelo se sumó la silbatina de los espectadores del paraíso, que desorientó a los policías que no sabían que hacer.
Poco después de su inauguración, el teatro fue bautizado por un periodista del diario La Libertad como Teatro Rivera Indarte en referencia al poeta argentino José Ignacio Rivera Indarte. Según fuentes históricas citadas por Bischoff, este nombre fue acuñado luego de un baile al que asistieron importantes personajes de la historia argentina, entre ellos Dalmacio Vélez Sarsfield y Juan Gregorio Las Heras. El periodista encargado de escribir una crónica acerca del evento rescató el nombre poeta Rivera Indarte para referirse al teatro.
A partir de 1895 y durante la primera mitad del siglo XX, el teatro comenzó a recibir una variada oferta de músicos internacionales como la Orquesta Sinfónica de Viena, artistas italianos de renombre como la soprano Luisa Tetrazzini y el tenor Enrico Caruso, las actrices Lola Membrives y Margarita Xirgú, o el compositor español Manuel de Falla, quien en 1940 dirigió a la Orquesta Sinfónica de Córdoba, fundada como agrupación estable en 1932.
El ir y venir del nombre con el que se conocía el teatro continuó hasta bien entrado el siglo XX. En 1950, un decreto provincial dictaminó que el edificio debía pasar a llamarse Teatro del Libertador General San Martín. Seis años después, una nueva ordenación del gobierno le devolvió su primera denominación. No fue hasta 1973 que el teatro se quedó con el nombre con el que es conocido hasta hoy.
Donde la tradición convive con la modernidad
La restauración que inició el Teatro del Libertador en 2017 no fue su primera cirugía. Entre 1925 y 1927 se repararon la tapicería, las instalaciones eléctricas, la calefacción y la pintura, además de la construcción de nuevos camarines. Durante ese periodo, el edificio también comenzó a albergar oficinas institucionales para el desarrollo artístico y cultural de la provincia, como la Academia Provincial de Bellas Artes y el Museo del Teatro y de la Música de Córdoba.
Más recientemente, en el 2000 otras intervenciones fueron necesarias; se construyó un edificio anexo que contiene una sala para iluminación, un taller de costura y vestuario, una sala de directores, camarines, salas de ensayo, talleres de maquinaria y un patio para los artistas.
El sueño del renacimiento del Teatro del Libertador comenzó a materializarse cuando en diciembre de 2018 el gobernador Juan Schiaretti asistió a la inauguración de la fachada, cuya restauración estuvo a cargo de Alicia Beltramino. Una vez encendidas las luces ornamentales, el edificio se volvía a conectar con su historia. «Esta restauración donde aparecen los frisos que hace mucho que no aparecían y con los colores originales, está hecha por jóvenes artistas plásticos de nuestra Córdoba que han puesto el alma, el corazón, además de su talento para que esta fachada se luzca», expresó en ese momento el gobernador Schiaretti.
La culminación de esta puesta en valor tuvo lugar el martes 19 de marzo de 2019, cuando el teatro volvió a abrir sus puertas para hacer resplandecer el minucioso trabajo que cientos de profesionales llevaron a cabo, devolviéndole al edificio un aura de histórica autenticidad, donde lo moderno y lo antiguo coexisten en armonía.
Hoy, por ejemplo, de los telones que cuelgan por sobre el escenario, algunos siguen utilizando el centenario sistema de poleas y correas para deslizarse mientras conviven con otras vigas más modernas alimentadas por electricidad. Las reminiscencias de un pasado que no pudo irse y que convive con diferentes épocas y estilos se expresan en el telón milanés de caída italiana (se abre y cierra desde los laterales al centro) que coincide con uno francés estilo «guillotina» (baja recto al piso).
A cargo de esta nueva etapa que atraviesa el Teatro del Libertador está Hadrian Ávila Arzuza. Nacido en Barranquilla, Ávila estuvo al frente de la Orquesta Sinfónica de Córdoba por 16 años antes de ejercer actualmente como director del teatro.
«El alma del teatro son los espectáculos operísticos y el ballet. Tenemos toda la infraestructura para realizarlos, queremos que haya una temporada de gran categoría, que nos visiten turistas de otros lugares, y se asombren por el nivel que van a encontrar», señaló Ávila a la agencia de noticias de la gobernación de Córdoba en 2021.
Entre los proyectos que hoy en día tiene en mente, el director del Teatro del Libertador destaca la apuesta por potenciar a los cuerpos estables profesionales consagrados, al mismo tiempo que acompañar a los nuevos talentos. Es así como el teatro, a través de sus tres cuerpos de formación, está constantemente abriendo audiciones y escuelas por temporadas e integrando diferentes proyectos educativos en Córdoba.
Sobre la lírica y su futuro tanto en el Teatro del Libertador como en Latinoamérica, Ávila reflexionó en una entrevista para Ópera Latinoamérica que: «hay que saber transmitir su mensaje a la niñez y a la juventud, generar propuestas creativas con una fuerte impronta educativa. También hay que procurar que las distintas disciplinas que participan en la realización y producción de una ópera puedan transmitirse a nuevas generaciones que podrían interesarse en trabajar estos oficios. Hay que generar escuela para poder permanecer».
En sus últimas temporadas, el Teatro del Libertador ha recibido producciones líricas de la talla de Eugenio Oneguin (Tchaikovsky); Lucia de Lammermoor (Donizetti) y La flauta mágica (Mozart). La programación también incluye títulos clásicos del ballet como El lago de los cisnes de Tchaikovsky, oratorios líricos de alto impacto emotivo y musical como Carmina Burana de Carl Orff y también conciertos de música sinfónica y de cámara que recogen el legado del barroco o el romanticismo, pero también abren espacios para composiciones de artistas argentinos, desde los tradicionales como Guastavino hasta los más eclécticos y vanguardistas como Marcos Franciosi.
Con 130 años de historia pulidos y restaurados en sus salas, pasillos, ornamentas y su escenario, el Teatro del Libertador poco a poco vuelve a generar escuela en las artes cordobesas y argentinas. Su permanencia está ligada a la historia indisociable de una ciudad y a la puesta en valor que le fue otorgada.