A 90 años de su estreno, el Teatro Real presenta «Arabella» por primera vez en Madrid
Entre el 24 de enero y el 12 de febrero el Teatro Real ofrecerá siete funciones de una nueva producción de Arabella, de Richard Strauss, procedente de la Ópera de Frankfurt. El director de escena Christof Loy concibe la ópera como una «coreografía de emociones» que van aflorando tras el velo de hipocresía y oropeles de un imperio finisecular, decadente y degenerado. David Afkham dirigirá al Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real, en cuyo escenario subirá un reparto que incluye a Sara Jakubiak (Arabella), Josef Wagner (Mandryka), Sarah Defrise(Zdenka), Martin Winkler (Conde Waldner), Matthew Newlin (Matteo) y Anne Sofie von Otter (Adelaide).
Entre el 24 de enero y el 12 de febrero, a las 19:00 horas, el Teatro Real ofrecerá siete funciones de una nueva producción de Arabella, de Richard Strauss (1864-1949), que se presentará por primera vez en Madrid, 90 años después de su estreno en Dresden.
La génesis de Arabella se remonta a 1927, cuando Strauss le pidió al poeta y dramaturgo Hugo von Hofmannsthal (1874-1929) –con quien colaboró en seis óperas– un texto que emulara El caballero de la rosa, con la que ambos habían triunfado. La comedia debería desarrollarse nuevamente en Viena, pero ahora con la trama desplazada al año 1860, cuando el imperio austrohúngaro se resquebrajaba bajo los oropeles de una aristocracia corrupta e hipócrita, empeñada en esconder su decadencia y ajena a las convulsiones políticas y sociales que se fraguaban fuera de los salones y las fiestas nocturnas.
El enredo parte de un tema aparentemente muy sencillo: un noble empobrecido por el juego y el despilfarro ofrece la mano de su hija mayor, Arabella, a ricos pretendientes, para así salvar a su familia de la trágica ruina económica.
La protagonista acepta ese papel degradante con arrojo, ocultando su humillación en un juego de seducción que cree controlar, hasta acabar con un rico y hosco provinciano ajeno a la hipocresía y depravación de los salones vieneses, en un agridulce ‘final feliz’, incapaz de ocultar los malos presagios de un futuro inquietante.
Esa alienación del convulso contexto político y social que retrata la ópera, la viven, también, curiosamente, el compositor y el libretista, creando una “comedia lírica” con reminiscencias de la opereta y el vodevil en los albores del nazismo, cuyos malos augurios afectarían al mismo estreno de la ópera, que ya no pudo ver Hofmannsthal, muerto repentinamente el 15 de julio de 1929, dos días después del suicidio de su hijo.
Las desavenencias con el régimen nazi apartaron del cargo de director musical de la Ópera de Dresden a Fritz Busch, dedicatario de la partitura, que iba a estrenar la obra. Lo mismo pasó con la soprano Lotte Lehmann, que no pudo interpretarla. Fueron reemplazados por el director Clemens Krauss, en el foso, y la que sería su mujer, la soprano Viorica Ursuleac, como protagonista, pero una convención de líderes nazis, a poca distancia del Teatro, acaparó todas las atenciones, pasando el estreno de Arabella casi inadvertido.
La ópera ha experimentado una creciente revalorización en los últimos años, gracias a interpretaciones musicales y dramatúrgicas más hondas y serias, que profundizan en lo que subyace bajo los cánones de la comedia. La música de Strauss, que nace de la prosodia de un texto de gran voltaje teatral, rico en requiebros y dobles sentidos, va dando voz a un reparto de personajes caricaturescos, perfilados con sutiles leitmotiv que articulan y entrelazan vals, polonesas, melodías eslavas, partes cantadas y habladas, con una orquestación genial, cristalina y minuciosa, que alcanza vuelos de grandísimo ímpetu emocional.
El director de escena Christof Loy, que siente por Arabella una especial afinidad, lleva profundizando en la lectura dramatúrgica de la obra desde hace casi dos décadas, ya que la producción que se verá en Madrid fue concebida inicialmente para la Ópera de Gotemburgo, en 2006, evolucionando desde entonces hasta su actual recreación en el Teatro Real.
Loy despoja la comedia de adornos, decoración palaciega y trajes engalanados, trasformando su lujoso hotel en un espacio diáfano concebido por el escenógrafo y figurinista Herbert Murauer, en el que paneles deslizantes van dejando al descubierto las estancias interiores donde se desarrollan las sucesivas escenas de la ópera, transformando al espectador en un voyeur.
Los cantantes, actores y bailarines, ataviados en blanco y negro, se mueven como en una gran coreografía emocional, despojados de sus máscaras, en una lectura de gran hondura psicológica y meticuloso trabajo actoral, en el que destacan Sara Jakubiak (Arabella), Josef Wagner (Mandryka), Sarah Defrise (Zdenka), Martin Winkler (Conde Waldner), Matthew Newlin (Matteo) y Anne Sofie von Otter (Adelaide), que estrenó la producción.
David Afkham, gran conocedor de la música de Richard Strauss, dirigirá su segunda ópera en el Teatro Real, después de Bomarzo, en 2017, ya que La pasajera, de M. Weinberg, prevista para junio de 2020, se canceló por la pandemia. Estará al frente del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real, que interpretarán la ópera por primera vez en Madrid, reparando una laguna inexplicable en el acervo musical del Teatro Real.